viernes, 7 de octubre de 2011

La danza y la repetición



El llamado de la música conduce al sujeto a atravesar un movimiento lógico de éxtasis que lo lleva a la escena de la existencia, porque en el instante que se franquea ese umbral desaparece la demanda de amor que hasta ahí lo empujaba a ser, un demandante del Otro.
Comienza el desplazamiento de la danza, pues ya no puede permanecer más en su sitio.
Todo sucede como si en el instante en que empieza a bailar, él supiera donde tiene que ir, sin que tenga que preguntar por qué debe ir allí o cómo hacerlo. Va como guiado por un punto virtual, en el que se espera la producción de lo que Didier-Waill llama la “nota azul”.
Isabel Escudero define la Danza como “el movimiento siempre recomenzado que huyendo se encuentra, cuerpo que al no tenerse, desprendido de sí, vive.”[1]
Podemos pensar que un cuerpo que huye de su nombre y que fugándose de su fugacidad, produce vida que gira en contradanza de la muerte.
En la danza intervienen: el sujeto, la música, la imagen del cuerpo, el tiempo, el espacio y el movimiento.

Períodos.

1) Período clásico:
a) Se instituye un lenguaje universal a través de los pasos de la danza.
b) Se propone un aprendizaje musical.
c) También posiciones preestablecidas del cuerpo a las que había que arribar, tomando un estatuto universalmente aceptado y formalmente doctrinario.
d) El lenguaje se hace universal en los modos de la enseñanza en cuanto a:
- entrenamiento del sujeto
- forma idealizada

2) Período moderno:
a) En la danza moderna cada uno de los artistas se opone a la universalización del modo de aprender. Uno a uno va produciendo ese movimiento singular, la simplicidad del gesto.
b) El artista advierte la destrucción de formas a través del juego de destruir el propio “mundo” (no el del otro). Expresa un despertar.[2]
Doris Humphrey (creadora y defensora de la danza moderna) pensaba que la danza “se sostiene en el deseo de bailar y la dedicación en transmitir ese deseo hasta el agotamiento”[3].
En la danza se regresa para volver a pasar por el origen, forma de habitar lo que funda el mismo deseo.
La danza de este siglo deja el contenido imperativo-literario, no representa.
El no representar, significa que no sólo lo inteligible puede leerse.
“La danza presenta al sujeto” [4]
En la danza moderna se da el desanudamiento del texto, la salida de lo épico, de lo literario, de lo lírico.
Para Paúl Valery, la danza explicita la respuesta de Eryxímaco a Sócrates: “La bailarina, querido Sócrates, nos enseña lo que hacemos, mostrando claramente a nuestras almas lo que nuestros cuerpos cumplen oscuramente. A la luz de sus piernas nuestros movimientos inmediatos nos parecen milagros.”[5]                                                                                                                           El cuerpo de la bailarina se transfigura, se metamorfosea, teniendo una diferente conciencia de sus actos que son inconscientes, porque para bailar debe olvidar las reglas de los pasos.
El olvidar para saber, bailar.
Olvido de sí, puesto que la primera inscripción artística se refiere a la primera inscripción de voz, como sonido de la lengua materna: la del Otro, deseo del Otro.
La “vocación” y “vocalización”[6] de constituirnos como sujeto, que es transmitida en su origen por una voz que nos pasa la palabra y, al mismo tiempo la música al infans, la música de esa “sonata materna”[7], que de entrada transmite como un canto una doble vocación:                                                                                                          1) Escuchar la continuidad musical de vocales (metonimia).                                                                    2) Escuchar la discontinuidad de las consonantes (metáfora).                                                 En esta doble vocación el sujeto desplegará su vida:                                                               a) En el discontinuo (metafórico) campo de la ley que discrimina todas las cosas.                                       b) En el continuo (metonimia) con el que se encuentra o topa en el instante en que la música le dará entrada a otra cosa, que es poner en suspenso los límites espacio-temporales que recibe del ordenamiento de la ley simbólica: aceptando el llamado de la música para habitar una dimensión no estructurada por la ley y la palabra.[8]                                                                                                                                                 Al responder a la invocación de la música ingresa en un movimiento guiado por la pulsión invocante. Esta “experiencia es la más cercana al inconsciente”[9], pues esta pulsión es puesta en movimiento por la música.                                                                                                             Lo específico de toda pulsión es el movimiento de ir y venir a través del cual una reversión permite que aparezca un nuevo sujeto en la pulsión invocante, un sujeto invocado se vuelve invocante sin el soporte de un objeto parcial. La pulsión invocante no es la pulsión parcial[10].
Tiempos de la pulsión invocante
1) El sujeto que al escuchar la música se le revela que es él el escuchado: la música oye en él un llamado del cual él no estaba enterado y le va a permitir llegar a ser lo que aún no es. Esto ocurre porque no consigue olvidar, estructuralmente, la demanda de amor que permanece permeable a la música, que invoca así: “yo que oigo tu llamado”. “Te demando dejarlo ser”.[11]                                                                  El sujeto no se lanza sólo, tiene que estar acompañado por la música.                                                                            Invocación musical, separada de la invocación significante, que embarga al niño al articular el “for-da”, con el que ingresa en el encantamiento.                                                                                          El llamado de la música lleva al sujeto a atravesar un movimiento lógico de éxtasis que lo lleva a la escena de la existencia[12] porque en el instante que se franquea ese umbral desaparece la demanda de amor que hasta ahí lo empujaba a ser, un demandante del Otro.                                                                                       Comienza el desplazamiento de la danza, pues ya no puede permanecer más en su sitio. Todo sucede como si en el instante en que empieza a bailar, él supiera donde tiene que ir, sin que tenga que preguntar por qué debe ir allí o cómo hacerlo.[13]                                                                             Va como guiado por un punto virtual, en el que se espera la producción de lo que Didier-Waill llama la “nota azul”[14].                                                                                                                      Creer en la existencia de este punto de atracción, hace que la impresión y torpeza de los gestos evolucionen hacia la precisión y destreza donde aparece la decisión: la de ir hacia.                                                                                                                         2) Cuando la pulsión invocante toma a su cargo al sujeto que, cumpliendo el primer desplazamiento, debe cumplir el segundo, que lo conduce al punto de partida creando la posibilidad del recomienzo. Deviniendo nuevamente el sujeto, se eleva por segunda vez, pero esta elevación no es repetición de la primera porque ésta actúa como una interpretación, al descubrir que se ha transformado, debido a la insistencia de la que no sabía nada y le fue revelada por la música, es la insistencia de la demanda de amor.                                                                                                   Esta simplicidad del elemento musical no representa aún al sujeto, pero nombra lo que hay de real. Por el cual se transmite un ritmo que se encarna en una melodía en la que la diacronía toma al sostenerse de la sincronía que es la armonía.                                                                                   La experiencia musical reenvía a una auténtica experiencia mística que tuvo el niño, porque la cosa invocada por la música va a tornarse invocante, poniendo un movimiento: danzando a través de esta pulsión.                                                                                                                                   El sujeto danzando sobrepasa los límites temporo-espaciales.                                                 Al danzar se huye de la propia imagen para transformarse en otra, en otra y en otra, y así infinitamente, en esta repetición de lo mismo y en la velocidad del movimiento se demuestra lo idéntico y de ello se desprende lo estético, cualquiera sea el tipo de danza.                                                                                                                         Los que danzan son esculturas del tiempo, temporalidad sin duración. Al mismo tiempo son pinturas que no tienen lugar para habitar. La danza se hace poética, es habitada por un ritmo profundo que sabe hacer con el cuerpo. Cuando un sujeto va más allá de sus hazañas, deja de ser héroe y reencuentra esa soledad sin referencia que es el momento de la creación.                                                                                       La danza desfigura la estética diaria, pero lo hace sin desesperación, sin enloquecer. Lo hace sólo a solas, y con el dolor del abismo a cuestas (el vacío), con los recursos de su propio deseo.                                                                                                         “La danza no se recuerda, es un agujero en la memoria, imagen estética de la nada. Atraviesa los espacios, ciudad de maravillas sin relatos, y evoca perfumes que escapan a la prisión del bla, bla, bla.”[15]
                                                     Mabel Leticia Grosso




[1] Isabel Escudero: “Pensar la danza”, en Descartes el nuevo pensamiento español, Editorial Anáfora, Madrid No. 17, 1999
[2] Alejandro Ariel: “La danza es el retumbar de una alegría indescifrable”, en Arte y Psicoanálisis: La Danza, Editorial Catálogos, Argentina,1990
[3]Doris Humphrey: El arte de crear danzas, Buenos Aires, Eudeba, 1965.
[4] Alejandro Ariel: “La danza es el..”, Obra citada
[5] Paul Valery: El alma y la danza, Editorial Losada, Argentina, 1958
[6] Alain Didier-Weill: “La danza” en Invocaciones: Dionisios, Moisés, San Pablo, Freud. Edición Nueva Visión. Buenos Aires, Argentina. 1999
[7] Paul Quignard: La Haine de la musique, Paris, Edic. Calmann Levy. 1999. Francia                                                                                          

[8] Alain Didier-Weill: “La danza…”,obra citada
[9] Jacques Lacan: Seminario XI Los cuatro conceptos fundamentales del Psicoanálisis. Cáp. XII. Editorial Barral. España. 1977                                                                     
[10] Alain Didier-Weill:El ritmo, la pulsión invocante y la danza”, Cáp. 4 en Los tres tiempos de la Ley, Edición Homo Sapiens. Argentina. 1997                               
[11] Jacques Lacan: Seminario XI…, obra citada
[12] Alain Didier-Weill: “La danza…”,obra citada
[13] Alain Didier-Weill: “La danza…”,obra citada
[14] Alain Didier-Weill: “La danza…”,obra citada
[15] Alejandro Ariel: “La danza es el…”,obra citada

2 comentarios:

  1. Muy interesante! Me hizo recordar una frase de Antonio Gades: "el baile no está en los pasos sino en lo que hay entre paso y paso". Así como otras definiciones hablan de poner en suspenso, desprenderse de sí, olvidar la regla de los pasos, un agujero en la memoria... Todo apunta, creo, a que la danza se sostiene en el deseo. Cariños!

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  2. Hola me interesaria leer el libro de Alain Didier-Weill: “El ritmo, la pulsión invocante y la danza" sabe donde se puede conseguir una copia?

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